martes, 27 de febrero de 2007

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hay días y hay espacios en los que la actividad del sueño es más libre, más presente, más incisiva. como si desatara su correa de antigüedad o inmediatez y se volviera una necesidad de perfilar otra superficie reflectante de realidad. la escritura siempre va en camino de la noche. no sólo por una necesidad de oscuridad, sino por un sentido primordial de pertenencia. sin embargo, en el transcurso del tiempo y de la historia su necesidad de ser ha ido cambiando. las arquitecturas de lo invisible requieren de adecuaciones también. el paso del tiempo no es ajeno a nada, todo va envejeciendo. los ciclos circundan a la historia de la escritura, como las corrientes del río que imaginó heráclito alguna vez. el estado de las cosas es la continua transformación. como oí de alguien hace poco: el silencio no existe. su figuración es un deseo cuya satisfacción se estima en el propio acto de su figuración. siempre somos, aunque soñemos, aunque no pronunciemos palabras o no las dibujemos sobre alguna pantalla. no hay maldición en eso. no es un castigo. somos pasillos y somos también puertas. somos las pantallas que quedan después de la proyección de la escritura hacia el vacío. lo que está después del sueño, lo que sobrevive al delirio. lo que imagina y lo que sueña, también. lo que va viviendo y lo que se aproxima a ser lenguaje, quizás una imagen o letras para otros. un sueño que no es. ojalá nos fuéramos volviendo música a la llegada de la muerte, alguna tonada.

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